Filosofia Medieval


A diferencia de lo que había ocurrido con la filosofía griega, que había centrado su reflexión en torno a la determinación del objeto, la filosofia medieval centrará su interés en Dios. La filosofía helenística había dado una orientación práctica al saber, dirigiéndolo hacia la felicidad del hombre. Es el caso del estoicismo y del epicureísmo, que habían colocado a la ética en el vértice del saber. A lo largo de los primeros siglos de nuestra era, la progresiva expansión del cristianismo y otras religiones mistéricas irá provocando la aparición de otros modelos de felicidad o "salvación individual", que competirán con los modelos filosóficos. Frente a la inicial hostilidad hacia la filosofía manifestada por algunos de los primeros padres apologistas cristianos, sus continuadores encontrarán en la filosofia, especialmente a partir del desarrollo del neoplatonismo de Plotino, un instrumento útil, no sólo para combatir otras religiones o sistemas filosóficos, sino también para comprender, o intentar comprender, los misterios revelados. Surge de ahí una asociación entre filosofía y cristianismo o, más en general, entre filosofía y religión, que pondrá las bases de la futura filosofía medieval, entre los cristianos, los musulmanes y los judíos. El tema fundamental de reflexión pasará a ser la divinidad, quedando subordinada la comprensión e interpretación del mundo, del hombre, de la sociedad, etc al conocimiento que se pueda obtener de lo divino. La fe, que suministra las creencias a las que no se puede renunciar, tratará de entrar en diálogo con la razón. La inicial sumisión de la razón exigida por la fe, dejará paso a una mayor autonomía propugnada, entre otros, por Santo Tomás de Aquino, que conducirá, tras la crisis de la Escolástica, a la reclamación de la independencia de la razón con la que se iniciará la filosofía moderna.

  • Cristianismo
      Agustin de Hipona

Agustín, considerado el más grande entre Los Padres de la Iglesia y uno de los filósofos cristianos más importantes de todos los tiempos, nació en el año 354 en la ciudad de Tagaste, en la provincia romana de Numidia (hoy Argelia, en el norte de África). Su padre era pagano y su madre cristiana (santa Mónica).
Estudió Retórica en Cartago. Allí cayó en sus manos el Hortensius de Cicerón, que contenía una exhortación a dedicarse a la Filosofía. “El libro cambió las intenciones de mi corazón —dice Agustín—. De repente se marchitaron para mí todas las vanas esperanzas, con increíble fervor del corazón anhelé una sabiduría incorruptible.” Comenzaba así su largo camino de búsqueda interior, camino que lo llevaría en primer lugar al maniqueísmo.
Entre los quince y los treinta años convivió con una mujer con la que tuvo un hijo (Adeodato) en el 372.
Ya distanciado del maniqueísmo, marchó a Roma, donde trabajó como maestro de Retórica. Allí entró en contacto con el escepticismo de la Academia de su tiempo y con el epicureísmo. Se trasladó luego a Milán, donde comenzó a frecuentar las homilías del obispo Ambrosio (luego san Ambrosio), para deleitarse y aprender de su afamada retórica. Leyó por esta época las Enéadas de Plotino y comprendió que más allá de este mundo material había otro ideal y que, contra lo que afirmaban los maniqueos, Dios debía ser inmaterial.

Según cuenta él mismo, un día creyó escuchar una voz de niño que le decía: «Toma y lee.» Interpretó que Dios le estaba pidiendo que tomara la Biblia y la leyera, y así lo hizo. La abrió y leyó el primer pasaje que apareció ante sus ojos: “[…] nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom. 13, 13-14). A partir de ese momento abrazó el cristianismo. Neoplatonismo y cristianismo se constituyeron en las dos fuentes principales de su pensamiento.
El propio Ambrosio lo bautizó en el año 387. A este período corresponden sus primeras obras. Al año siguiente murió su madre (su padre ya había fallecido en 371) y en 388 regresó a su ciudad natal, donde fundó un monasterio, continuando, a su vez, con su labor de escritor.
Fue ordenado sacerdote en 391 y obispo de Hipona en 396. Le tocó ser pastor de la Iglesia en una época difícil, en lo que se refiere a la política. En el plano político, el Imperio se desmoronaba y sufría invasiones que llegaban hasta la mismísima ciudad de Roma. En el plano religioso, distintas herejías confundían a los fieles y dividían a la Iglesia. Entre estas últimas se destacan el maniqueísmo, que el propio Agustín siguió en su juventud, con su afirmación de que hay dos principios igualmente poderosos, uno del bien y otro del mal, doctrina de origen persa que se presentaba con un ropaje cristiano; y el pelagianismo, que negaba la doctrina del pecado original. Estas discusiones le permitieron desarrollar sus doctrinas sobre el pecado original, la gracia divina y la libertad humana. Agustín murió en Hipona, en el año 430, durante la invasión de los vándalos.
Entre sus obras se destacan Contra académicos, contra el escepticismo de la Academia nueva (386); De beata vita, sobre la vida feliz (386); De ordine, sobre el orden de las cosas y el mal (386); Soliloquia, sobre el conocimiento y la inmortalidad (386-387); De libero arbitrio, sobre la libertad y el mal -contra los maniqueos- (388-395); De magistro, sobre la educación (399); Confesiones, donde realiza una introspección de una profundidad inigualable (387-401); De trinitate, sobre la relación entre la razón y la fe, y el misterio trinitario (400-416); De civitate Dei, sobre la ruina del Imperio, el cristianismo y la Historia (413-426).
Al dejar el maniqueísmo, Agustín pasó por un período de escepticismo. No creía que el hombre pudiera llegar a la verdad y consideraba más bien que sólo era capaz de emitir opiniones probables. Pero encontró la superación del escepticismo en los datos de conciencia, inmediatamente evidentes, lo que lo acerca a Descartes y a Husserl. “¿Duda alguien de que vive, de que recuerda; de que conoce, quiere, piensa, sabe y juzga? Pues si duda, vive… Podrá alguien dudar acaso sobre lo que quiere, pero de esta misma duda no puede dudar.” Incluso “si me engaño, existo”, y de ello no cabe dudar.
Agustín entendía que la verdad era eterna y necesaria. Y a estas características sólo respondían los contenidos ideales (como 2 + 2 = 4), pero no el conocimiento de las cosas obtenido a través de los sentidos, que es siempre particular y circunstancial. Por eso no creía que los sentidos fueran la fuente del conocimiento. Incluso afirmaba que la experiencia sensible es posible porque el alma la guía con sus reglas e ideas. Así, por ejemplo, necesitamos el conocimiento de lo uno para percibir lo múltiple, y a éste no lo obtenemos de la experiencia, pues en el mundo no hay unidad verdadera sino divisibilidad hasta el infinito. La fuente de la verdad hemos de buscarla en el interior del hombre, en su espíritu. Y no al modo de las ideas innatas cartesianas que el hombre encuentra en sí mismo, sino yendo más allá del propio espíritu, remontándonos hasta Dios.

La Teoría del Conocimiento de Agustín es conocida como "Teoría de la Iluminación" y se inspira en un pasaje del primer capítulo del Evangelio de Juan, en el que se lee que el Verbo es “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”. Las ideas eternas, inmutables e increadas, se encuentran en Dios, y él nos las comunica al conocer, de un modo natural (y no milagroso o sobrenatural). Al mundo lo vemos y pensamos gracias a la luz de las ideas, ideas que no nos pertenecen, sino que pertenecen a Dios, quien nos las comunica iluminándonos para que podamos conocer.
¿Qué es la verdad? No tanto la adecuación de nuestro intelecto a la cosa (verdad lógica), sino más bien a las ideas, especies eternas o modelos en la mente de Dios, según las cuales todo fue hecho (verdad ontológica). La verdad, por tanto, se identifica con Dios. Él es la verdad de las cosas, que fueron hechas según sus ideas divinas.
La misma reflexión sobre la verdad y el conocimiento le permitirá a Agustín formular una demostración de la existencia de Dios (no la única). El hombre conoce verdades eternas, inmutables y necesarias. Y estas verdades no pueden provenir de él mismo, que es mutable, temporal y perecedero. Por tanto, al conocer verdades ya conocemos a Dios (obviamente no en forma total, pero sí con certeza en su existencia), pues las ideas son de Dios, le pertenecen.
Agustín recoge la afirmación de Éxodo 3,14: cuando Moisés le pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios responde: «El que es.» (Yahvé) “Todo lo que en Dios hay no es otra cosa que ser”, dice Agustín. Pero, a diferencia de Tomás, comprende el "ser" en clave platónica, como "mismidad" (ser idéntico a sí mismo), como inmutabilidad. Todo lo que es, es porque Dios le participa el ser. Así se entiende el acto creador de Dios. Dios crea de la nada, sin que preexista materia alguna a su acto creador.
Dios, en cuanto ser inmutable, está fuera del tiempo. Comienza a haber tiempo con la Creación. Por eso no tiene sentido preguntar, como hacían muchos en aquella época para poner en aprietos a los partidarios de la Creación, ¿qué hacía Dios antes de la Creación? La misma pregunta carece de sentido, porque no hubo un "antes" (tiempo) de la Creación, no hubo tiempo antes del tiempo.
Ahora bien, si Dios lo ha creado todo de la nada y, por lo tanto, todo ser proviene de Dios, ¿cómo se explica el mal? La reflexión sobre el problema del mal había llevado a Agustín, en su juventud, al maniqueísmo. Pero Agustín ha madurado y tiene ahora una respuesta para ello: el mal no es. Ontológicamente hablando no hay mal, no hay nada malo. El ser, que proviene de Dios, es bueno. Lo que llamamos mal no es sino privación o ausencia de bien, pero en sí mismo no es nada, no tiene substancia.
La antropología de Agustín muestra la tensión entre su convicción, como teólogo cristiano, de que el hombre es una unidad de cuerpo y alma, y su raíz platónica que lo lleva a concluir que el “hombre es un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso”. No acepta del platonismo la preexistencia del alma, afirmación indispensable para quienes entienden el conocimiento como reminiscencia pero no para Agustín y su Teoría de la Iluminación.
En cuanto a las relaciones entre razón y fe, Agustín sintetiza su pensamiento en un pasaje de su sermón 43: “Comprende para creer, cree para comprender.” El asentimiento a las verdades de fe está precedido por la razón, que demuestra que es legítimo creer en ellas (aunque no demuestra su contenido de verdad). Pero también es seguido por la razón, que interviene, luego del acto de fe, para profundizar en el contenido de esas verdades, cosa que sin la fe la razón no podría hacer.
 
En La Ciudad de Dios (una verdadera filosofía y teología de la Historia) analiza la decadencia del Imperio Romano de Occidente, que era por entonces endilgada al cristianismo. Según Agustín, el hecho crucial de la Historia no es la caída del Imperio sino la encarnación del Verbo. La Historia es el espacio en el que el hombre ejerce su libertad optando entre el bien y el mal, entre la "ciudad de Dios", fundada en el amor a Dios, y la "ciudad terrena", basada en el amor a sí mismo. La obra constan de veintidós libros. Los diez primeros polemizan con el panteísmo y los restantes giran en torno a la Iglesia, su origen y su misión en el mundo.
En el terreno político, el enfrentamiento con el donatismo lo llevó a admitir el uso de la fuerza por parte del Estado para imponer la religión verdadera.
       San Anselmo de Canterbury
 
Anselmo nació en el año 1033 en Aosta, norte de Italia. Es considerado el filósofo y teólogo más importante del siglo XI. Ingresó al monasterio benedictino de su ciudad natal y se trasladó al poco tiempo al de Bec (Normandía, Francia) para seguir a su maestro Lanfranco. Y justamente le toco suceder a Lanfranco, primero (1070), como abad del Monasterio de Bec, y luego (1093), como obispo de Canterbury (Inglaterra). Allí afrontó la difícil misión de defender la independencia de la Iglesia frente al rey Guillermo II el Rojo. La complejidad de esa relación lo obligó a exilarse en Italia. Y si bien pudo regresar a Inglaterra cuando subió al trono Enrique I (1100), fue desterrado por sus controversias con el nuevo monarca. En 1106 regresó por segunda vez a su sede episcopal donde pudo ahora sí permanecer hasta su muerte, en 1109.
De sus años de abad provienen sus escritos más importantes, el Monologium (1077) y el Proslogium (1078), escritos por pedido de los mismos monjes del monasterio que querían contar para su meditación con un texto sobre la existencia y la esencia de Dios con argumentos de sola razón. A su exilio italiano corresponde Cur Deus Homo (Por qué Dios se hizo hombre).
San Agustín decía, en su sermón 43, “comprende para creer, cree para comprender”. Anselmo dirá, sin romper con esa tradición pero tomando a la Revelación como el dato del que se debe partir: “No pretendo entender para creer, sino que creo para entender.” Como de lo que se trata, para Anselmo, es de comprender aquello que se cree (fides quoerens intellectum, la fe que busca la razón), la fe es un presupuesto para la inteligencia. Pero la fe no niega o prohíbe la inteligencia. Por el contrario, quien cree firmemente puede, y debe, buscar comprender con la razón aquello que cree. Para quien busca la verdad, el camino comienza por la fe, lo primero es creer, y continúa con el esfuerzo de la razón por comprender el dato revelado. No creer sería presunción; no esforzarse por comprender lo que se cree sería negligencia.
La fe busca comprender con la razón lo que cree. Pero ¿cuánto puede comprender del contenido de la fe? Al respecto dice Gilson que en Anselmo “todo sucede como si siempre se pudiera llegar a comprender, si no lo que se cree, al menos la necesidad de creerlo. San Anselmo no ha retrocedido ante la dificultad de demostrar la necesidad de la Trinidad y de la Encarnación, empresa que Santo Tomás de Aquino declarará contradictoria e imposible”. De todos modos, Anselmo reconoce que la razón no puede agotar el misterio.

Para demostrar la existencia de Dios recurre a diversos argumentos, entre los cuales ha adquirido mayor trascendencia el denominado por Kant "argumento ontológico". Las demostraciones que presenta en el Monologium son a posteriori y parten de los diversos grados de perfección que percibimos en las cosas, para elevarse desde allí hasta aquel ser que tiene esa perfección en forma absoluta y del cual participan en diferente grado todos los demás. La famosa demostración del Proslogium (capítulo 2), conocida como argumento ontológico, es, por el contrario, a priori. En ella vemos a Anselmo aplicar su método, partiendo del concepto de Dios que recibimos por la fe para lograr entenderlo. Creemos que Dios existe y que es el ser más perfecto. Pero sabemos por la Escritura que “el insensato dice en su corazón: no hay Dios” (Salmos 14). Ahora bien, incluso el propio insensato que niega a Dios entiende lo que queremos decir cuando decimos "Dios", un ser tal que no se puede concebir otro mayor. Por tanto este ser existe al menos en su pensamiento, en cuanto pensado. Pero este ser, el más perfecto, no puede existir sólo en la inteligencia. De ser así podríamos pensar en otro más perfecto, aquel que existiese también en la realidad. Afirmar que el ser perfecto del que no se puede concebir otro mayor existe sólo en el pensamiento es contradictorio, porque podemos concebir uno que a su vez exista en la realidad y, por lo tanto, lo supere en perfección. Por tanto hemos de afirmar que el ser mayor que el cual no se puede concebir otro existe en la inteligencia y en la realidad.
Al monje Gaunilón no lo convenció esta argumentación y presentó sus objeciones. Según él, no podemos concluir de la existencia de algo en el pensamiento su existencia en la realidad. Si pensamos en las "Islas Afortunadas", como un paraíso lleno de riquezas, por más perfectas que las concibamos no habrán por eso de existir. Pero Anselmo respondió a la objeción aclarando que esta argumentación sólo vale para el ser más perfecto que el cual no se puede pensar otro mayor. Sólo en él su concepto implica su existencia.
Que la esencia de Dios implica su existencia no será discutido por los filósofos cristianos; pero que se pueda, partiendo de su esencia, demostrar su existencia, es algo que muchos filósofo han rechazado, en especial Tomás de Aquino, para quien no puede deducirse una existencia sino partiendo de otra existencia y no de una idea. También se opusieron Locke y Kant. En cambio Buenaventura, Descartes, Leibnitz y Hegel retomaron el argumento ontológico de Anselmo.
Dios existe necesariamente, en él se identifican su esencia y su existencia. Todos los demás seres reciben la existencia de Dios. Dios crea el mundo de la nada. El mundo existía ya en Dios antes de la Creación pero como idea de su pensamiento. Dios crea, sostiene y conserva el ser de las cosas.
 
      Santo Tomas de Aquino.

Hijo de Landolfo, conde de Aquino, Tomás, el filósofo escolástico de mayor trascendencia y uno de los más importantes filósofos cristianos de todos los tiempos, nació en Roccasecca (cerca de Aquino, Italia) en 1224. Luego de hacer sus primeros estudios en el monasterio benedictino de Monte Cassino y en la Universidad de Nápoles, ingresó con veinte años de edad a la orden dominica. Por ese entonces falleció su padre y su madre, que no aceptaba que su hijo ingresase en una orden mendicante, lo encerró en el castillo de la familia con el fin de hacerlo desistir de su decisión. Pero luego de más de un año, habiendo comprendido que no lograría su propósito, lo dejó marchar a París para continuar con su formación religiosa. Allí estudió con Alberto Magno. En 1248 se trasladó a Colonia (Alemania) siguiendo a su maestro. Tomás era de cuerpo grande y solía presenciar las clases desde los últimos lugares, tomando apuntes y permaneciendo en silencio. Sus compañeros lo llamaban "buey mudo". Cuenta la tradición que Alberto Magno dijo al respecto: “este buey un día llenará el mundo con sus bramidos”, y a juzgar por la bastedad y la repercusión de sus escritos podemos decir que fue así. En 1252 retornó a París para graduarse como Maestro de Teología. Enseñó en París entre 1256 y 1259, y continuó luego con esta labor en distintas ciudades italianas. Se estableció nuevamente en París entre 1269 y 1272, año en el que retornó a Nápoles. Redactó mientras tanto sus dos obras fundamentales: la Suma contra gentiles y la Suma teológica. Murió en el año 1274, mientras viajaba al Concilio de Lyón, en el monasterio cisterciense de Fossanova.
Entre sus obras encontramos los Comentarios a Aristóteles, las dos Sumas y las Cuestiones disputadas. Los Comentarios presentan, explican y critican los escritos de Aristóteles. La Suma Teológica (su obra más extensa) es una presentación completa y simplificada (esa es su intención) de su pensamiento para principiantes en el estudio de la Teología. La Suma contra gentiles, por el contrario, brinda una fundamentación aún más profunda de los temas tratados. Entre las cuestiones disputadas se destacan De Veritate y De Potencia.
Tomás distinguía con claridad la razón y la fe, la Filosofía y la Teología, pero estaba seguro de que, como ambas nos conducen a la verdad, entre ellas debe haber concordancia. La Filosofía pertenece al ámbito de la razón, en ella sólo hay lugar para las verdades a las que accedemos con la luz natural de la razón. Por su parte, la Teología acepta como verdadero el dato revelado. Para ella hay una autoridad por sobre la razón, Dios mismo. La Teología reconoce como verdaderos los artículos de fe aunque no siempre logre comprenderlos plenamente. Cuando se da un desacuerdo entre las afirmaciones de la Filosofía y el dato revelado, estamos en presencia de un error; y como el error no se puede asignar a la revelación (que proviene de Dios) podemos estar seguros de que quien se equivoca es la Filosofía. En algunos casos el error del filósofo se debe a que ha pretendido penetrar con la razón un campo que escapa a sus competencias y que se encuentra reservado a la fe (como los misterios de la Encarnación o la Trinidad).
Entre los datos revelados encontramos muchos que versan sobre verdades que caen dentro del ámbito de la razón, que no tratan sobre el misterio y lo indemostrable. Tomás considera que siempre es mejor entender que creer y que nos corresponde a nosotros esforzarnos por alcanzar con la razón la plena comprensión de aquellas verdades reveladas que no superan su capacidad y caen bajo su luz natural. La Teología Natural sabe por la fe hacia dónde se dirige, pero progresa por la sola razón. La fe actúa allí, por tanto, como norma negativa, indicando los errores cuando los hay pero no aportando argumentación positiva alguna para respetar la autonomía del campo filosófico.

Sus demostraciones de la existencia de Dios, conocidas como "Las Cinco Vías", han tenido una trascendencia enorme. Tomás considera necesario demostrar la existencia de Dios por no ser ésta evidente para la razón humana; y considera, a su vez, que esta demostración es posible si partimos de la observación de los entes sensibles. No reconoce como válida la demostración de Anselmo que prescinde de la experiencia. "Las cinco vías" son cinco en la Suma Teológica, pero en la Suma contra los gentiles son cuatro. En realidad, el número no es decisivo; lo importante es la estructura común a todas ellas, a partir de la cual se podría incluso formular otras vías similares e igualmente válidas. Todas las vías parten del ente sensible, constatando alguna propiedad suya y preguntándose por su causa (se fecunda el dato sensible con el Principio de Causalidad). Como la serie de causas no puede ser infinita, porque de ser así no habría una causa primera y por tanto no habría causas segundas, esta serie nos remite a una primera, que es Dios, por lo que se concluye que Dios es o existe.
La primera vía (seguimos el orden de la Suma teológica) parte del movimiento de los entes. Pero como todo lo que se mueve es movido por otro, el movimiento de un ente nos remite a otro como causa de ese movimiento. Y si este motor es a su vez movido por otro, nos remite a su vez a otro motor, causa de su movimiento. Más como en esta serie no podemos elevarnos al infinito, es necesario afirmar que hay un Primer Motor que no es movido por nada y que es, por tanto, un Motor Inmóvil.
La segunda vía parte de la subordinación de las causas eficientes y llega a Dios como Causa Incausada. La tercera parte de la contingencia de los seres y se remonta hasta Dios como Primer Necesario. La cuarta tiene como punto de partida los diferentes grados de perfección de los entes y llega a Dios como el Ser Máximo e Infinito. Y la quinta vía comienza observando la ordenación a un fin que se percibe en el obrar de los entes para culminar afirmando la existencia de Dios como Supremo Director del Universo.
Subyace a las vías la afirmación de que las cosas no son la razón de su propia existencia. Cada ente es una cosa determinada, un "algo que es", y su esencia ("algo") no incluye su existencia ("es"). Por eso es que todas las cosas necesitan recibir de otro su existencia. La causa de todas las cosas es aquello (o aquel) que es por sí. En la causa primera de todas las cosas se identifican esencia y existencia (su esencia es su propia existencia). Esta causa primera, que es Dios, no sólo tiene en sí la razón de su existencia sino la capacidad de comunicar la existencia a todas las cosas. Y en este sentido entiende Tomás la afirmación del Éxodo 3,14 (“Yo soy el que soy”): Dios es acto puro de existencia.
Dios crea todas las cosas de la nada, por un acto libre de su voluntad. La existencia del mundo no le agrega a Dios ninguna perfección así como su no existencia no lo disminuye en nada. Todo lo que Dios ha creado preexistía en su pensamiento antes de la Creación. Al conocerse a sí mismo, en cuanto participable, Dios conoce todas las cosas reales y posibles desde toda la eternidad. En cuanto a la disputa en torno a la eternidad del mundo, Tomás sostiene que la razón no puede resolver esta cuestión, al tiempo que afirma que según el dato revelado debemos creer que el mundo a tenido un comienzo, aunque nos resulte indemostrable.
En la jerarquía de los seres, el hombre se encuentra entre las inteligencias puras (los ángeles, que carecen de materia aunque no de esencia y existencia), y los cuerpos. El alma del hombre pertenece al ámbito de los seres inmateriales pero no es una inteligencia pura sino la forma de un cuerpo. Tampoco es una forma más, como las de los demás entes materiales, sino una forma substancial, capaz de subsistir sin el cuerpo. Ahora, si bien el alma subsiste sin el cuerpo, el hombre no. El hombre es la unión del cuerpo y del alma. De allí la necesidad de la resurrección, si es que quien ha de vivir eternamente es el hombre y no el alma sola.
Tomás sostiene que conocer es abstraer de las cosas lo universal que se encuentra contenido en ellas. El objeto propio del entendimiento humano es el ente sensible, que percibimos por los sentidos. El conocimiento comienza con la experiencia, con la que formamos la imagen sensible (especie sensible) del ente en cuestión. El intelecto agente, que está en acto de conocer, toma de esta imagen las formas universales y conforma la especie inteligible. El intelecto agente imprime esta especie inteligible en el intelecto posible o pasivo, donde permanece como especie impresa. Ésta última hace las veces de especie expresa cuando es referida a sus objetos correspondientes, actuando como medio de expresión (palabra) a través del cual el entendimiento refleja el mundo.
Se puede identificar su postura respecto del la disputa sobre los universales como realismo moderado. Por un lado, ubica los universales, en cuanto abstracciones, en el intelecto, contra el realismo que los considera existentes en sí mismos. Por otro, considera que hay en las cosas existentes una base para los universales (la forma), diferenciándose con ello de los nominalistas y los conceptualistas.
      Guillermo de ockham

Guillermo de Ockham (William of Ockham), también Occam o varias otras grafías (c. 1280/12881349), fue un fraile franciscano y filósofo escolástico inglés, oriundo de Ockham, un pequeño pueblo de Surrey, cerca de East Horsley. Como franciscano, Guillermo estaba dedicado a una vida de pobreza extrema. Occam murió a causa de la peste negra.

Vida


Guillermo de Ockham - Dibujo etiquetado frater Occham iste, de un manuscrito del Summa Logicae, 1341

Ockham se unió a la Orden Franciscana siendo aún muy joven y fue educado primero en la casa franciscana de Londres y luego en Oxford. No completó sus estudios en Oxford, pero fue durante este periodo y los años inmediatamente siguientes cuando escribió la mayoría de las obras filosóficas y teológicas sobre las que descansa primordialmente su reputación.

Sus ideas se convirtieron muy pronto en objeto de controversia. Tradicionalmente se ha considerado que fue convocado a Aviñón en 1324 por el Papa Juan XXII acusado de herejía, y pasó cuatro años allí bajo arresto domiciliario mientras sus enseñanzas y escritos eran investigados, si bien esto ha sido recientemente cuestionado. De hecho, pudo haber sido enviado a Aviñón en 1324 para enseñar filosofía en la prestigiosa escuela franciscana, y ganarse así enemigos entre sus competidores académicos, especialmente los seguidores de Tomás de Aquino (que había sido canonizado por Juan XXII un año antes de la llegada de Ockham), alguno de los cuales habría acusado a Ockham de enseñar herejías. Pero hay evidencias de que no fue hasta 1327 cuando fue realmente convocado ante el Papa para responder por los cargos presentados antes por una comisión de expertos (sin representación franciscana), pero ningún arresto domiciliario siguió a este ejercicio, no emitiendo juicio alguno el Papa. Algún tiempo después del 9 de abril de 1328, ante el ruego de Miguel de Cesena, dirigente de la Orden franciscana, Ockham estudió la controversia entre los franciscanos y el Papado sobre la doctrina de la pobreza apostólica, que se había convertido en principal para la doctrina franciscana, pero que era considerada dudosa y posiblemente herética tanto por el Papado como por los dominicos. Ockham concluyó que el Papa Juan XXII era un hereje, posición que defendió más tarde en su obra.

Antes de esperar al dictamen sobre la herejía u ortodoxia de su filosofía, Guillermo huyó de Aviñón el 26 de mayo de 1328 dirigiéndose a Pisacon Miguel de Cesena y otros frailes. Finalmente conseguirían la protección del emperador Luis IV de Baviera. Tras su huida de la corte papal, Ockham fue excomulgado, pero su filosofía nunca fue oficialmente condenada. Guillermo pasó gran parte del resto de su vida escribiendo sobre asuntos políticos, incluyendo la autoridad y derechos de los poderes temporal y espiritual. Se convirtió en el líder de un pequeño grupo de disidentes franciscanos en la corte de Luis en 1342, tras la muerte de Miguel de Cesena.

Murió el 9 de abril de 1349 en el convento franciscano de Múnich, a causa de la peste negra. Fue rehabilitado póstumamente por la Iglesia oficial en 1359.

Pensamiento

 

Ockham ha sido llamado «el mayor nominalista que jamás vivió» y tanto él como Duns Scoto, su homólogo en el bando realista, son considerados como las dos «mentes especulativas más grandes de la edad media», así como «dos de los metafísicos más profundos que jamás vivieron» (C. S. Peirce, 1869). Una importante contribución que hizo a la ciencia y cultura intelectual modernas consiste en el principio de parsimonia en la explicación y construcción de teorías, lo que llegó a conocerse como «Navaja de Ockham». Esta máxima, según la interpretó Bertrand Russell (1946, 462—463), establece que si un fenómeno puede explicarse sin suponer entidad hipotética alguna, no hay motivo para suponerla. Es decir, siempre debe optarse por una explicación en términos del menor número posible de causas, factores o variables.
Pionero del nominalismo, algunos le consideran el padre de la moderna epistemología y de la filosofía moderna en general, debido a su estricta argumentación de que sólo los individuos existen, más que los universales, esencias o formas supraindividuales, y que los universales son producto de la abstracción de individuos por parte de la mente humana y no tienen existencia fuera de ella. Ockham es considerado a veces un defensor del conceptualismo más que del nominalismo, ya que mientras los nominalistas sostenían que los universales eran meros nombres, es decir, palabras más que realidades existentes, los conceptualistas sostenían que eran conceptos mentales, es decir, los nombres eran nombres de conceptos, que sí existen, aunque sólo en la mente.
Ockham es también cada vez más reconocido como un importante contribuyente al desarrollo de las ideas constitucionales occidentales, especialmente las de gobierno de responsabilidad limitada. Los puntos de vista sobre la responsabilidad monárquica expuestos en su Dialogus(escrito entre 1332 y 1347) tuvieron gran influencia en el movimiento conciliar y ayudaron al surgimiento de ideología democráticas liberales.
En lógica, Ockham trabajó en dirección a lo que más tarde se llamaría Leyes de De Morgan y lógica ternaria, es decir, un sistema lógico con tres valores de verdad, concepto que sería retomado en la lógica matemática de los siglos XIX y XX.
En Derecho se atribuye a Ockham, en el contexto de la querella de la pobreza del Papa Juan XXII con los franciscanos, la introducción o invención del concepto de derecho subjetivo, como un poder correspondiente a un individuo (Opus nonaginta dierum). Ello sin perjuicio de que se discuta su previa aparición en Tomás de Aquino o en el Derecho romano.

Seguidores de Ockham

Se considera que todo el desarrollo posterior, que alejó la teoría del derecho del derecho natural se debe en gran parte a la teoría nominalista de Ockham. Dado que no se puede establecer con certeza la esencia de un ser, igual que de un ser humano, es imposible desprender derechos de ella. En esa corriente posterior cabe destacar a pensadores como Thomas Hobbes y John Locke.

Obras


Filosofía

  • Scriptum in quatuor libros Sententiarum. Contiene el Ordinatio y Quaestiones in II, III, IV Sententiarum (1318 - 1323).
  • Expositio aurea super totam artem veterem: Expositio super Porphyrium; Expositio super Librum Praedicamentorum; Expositio super duos Libros Perihermeneias; Expositio super duos Libros Elenchorum (después de 1318).
  • Tractatus de praedestinatione et praescientia Dei et de futuris contingentibus (1318 - 1323).
  • Logica maior o Summa logicae (1324 - 1328).
  • Elementarium logicae o Logica media.
  • Logicae tractatus minor.
  • Quaestiones in octo libros physicorum, (antes de 1327, probablemente 1324).
  • Philosophia naturalis sive summulae in octo libros physicorum, (1324).
  • De successivis (hacia 1324, pero algunas informaciones la consideran como obra dudosa).

Religión

  • Questiones earumque decisiones.
  • Quodlibeta septem (antes de 1327).
  • Tractatus de corpore Christi o Tractatus primus de quantitate (después de 1323).
  • Tractatus de Sacramento Altaris o Tractatus secundus de quantitate (después de 1323).
  • Centiloqium theologicum (obra dudosa).
  • De principiis theologiae (obra dudosa).

Política

  • Opus nonaginta dierum (1330-1332).
  • Contra Johannem XXII"
  • Compendium errorum Johannis papae XXII"
  • Tractatus contra Benedictum
  • An princeps, pro suo succursu, scilet guerrae, possit recipere bona ecclesiarum, etiam invito papa (escrito entre 1338 y 1339)
  • Dialogus inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum potestate o Dialogus in tres partes diatinctus (1342-43).
  • Breviloquium de principatu tyrannico super divina et humana, specialiter autem super imperium et subjetos imperio a quibusdam vocatis summis pontificibus usurpato (1339 - 1340)
  • Epistola defensoria.
  • Epistola ad Frates Minores
  • Octo quaestionum decisiones super potestatem Summi Pontificis (después de 1339).
  • De jurisdictione imperatoris in causis matrimonialibus.
  • De electione Caroli IV (última obra).

En la ficción

Guillermo de Ockham sirvió de inspiración para el detective monástico Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa de Umberto Eco, que usaba la lógica de forma parecida y, como Guillermo, se había enfrentado a acusaciones de herejía.
 
     Santo Tomas Moro
 
Caballero, Lord Canciller de Inglaterra, escritor y mártir, nacido en Londres el 7 de febrero de 1477-78; ejecutado en Tower Hill, el 6 de julio de 1535.
Tomás fue el único superviviente de sir Juan Moro, abogado y luego juez, y de Agnes (Inés), su primera esposa, hija de Tomás Graunger. Siendo aún niño, Tomás ingresó al colegio de San Antonio en Threadneedle Street, el cual era conducido por Nicolás Holt, y a los trece años de edad fue colocado en la casa del cardenal Morton, Arzobispo de Canterbury, y Lord Canciller. Aquí, su carácter alegre e inteligencia atrajeron la atención del Arzobispo, que lo envió a Oxford, ingresando aproximadamente en el año 1492 a Canterbury Hall (luego absorbida por la Iglesia de Cristo). Su padre le entregó una cantidad de dinero apenas suficiente para vivir, y, por ello, no tuvo oportunidad de perder el tiempo en "vanos o perjudiciales entretenimientos" en detrimento de sus estudios. En Oxford se hizo amigo de Guillermo Grocyn y Tomás Linacre, éste último se convirtió en su primer profesor de griego. Sin ser nunca un riguroso estudiante, dominó el griego "gracias a su instinto de genio", como lo atestigua Pace (De fructu qui ex doctrina percipitur, 1517), quién agrega que "su elocuencia era incomparable y por doble partida, pues hablaba latín con la misma facilidad con el que lo hacía en su propio idioma". Además de los clásicos, estudió francés, historia y matemática, aprendiendo también a tocar la flauta y la viola. Después de dos años de residencia en Oxford, Moro fue convocado a Londres, ingresando a New Inn como estudiante de derecho, aproximadamente en 1494. En febrero de 1496 fue admitido como estudiante en Lincoln Inn, y tal como se esperaba, fue convocado a formar parte del tribunal externo, siendo luego nombrado juez de la corte. Sus grandes dotes empezaron a llamar positivamente la atención, por lo que los directores de Lincoln Inn lo nombraron "lector" o conferencista de derecho en Furnival´s Inn, siendo sus conferencias tan bien estimadas que su nombramiento fue renovado durante tres años consecutivos.
Sin embargo, queda claro que las leyes no absorbían todas las energías de Moro, pues mucho de su tiempo lo dedicó a las letras. Escribió poesías, tanto en latín como en inglés, una considerable cantidad de estas se ha conservado y son de muy buena calidad, aunque no especialmente notables. También se consagró de una manera especial a las obras de Pico de la Mirándola, cuya biografía publicó unos años después en ingles. Cultivó también el conocimiento de estudiosos y de hombres sabios y, a través de sus antiguos tutores, Grocyn y Linacre, quienes ahora vivían en Londres, hizo amistad con Colet, deán de San Pablo, y Guillermo Lilly, siendo ambos renombrados estudiosos. Colet se convirtió en el confesor de Moro, y Lilly rivalizaba con él en la traducción de epigramas de la Antología Griega al latín, luego reunidas y publicadas en 1518 (Progymnasnata T. More et Gul. Liliisodalium). En 1497 Moro conoció a Erasmo, probablemente en la casa de lord Mountjoy, alumno del gran estudioso y benefactor suyo. Esta amistad rápidamente se convirtió en íntima, y, durante su vida, Erasmo le hizo en varias ocasiones largas visita a Moro en su casa en Chelsea, y mantuvieron correspondencia de manera regular hasta que la muerte los separó. Además de leyes y de los Clásicos, Moro leyó con mucha atención a los Padres, dando en la Iglesia de San Laurencio Jewry, una serie de conferencias sobre la obra De civitate Dei de San Agustín, a las cuales asistieron muchos estudiosos, entre ellos Grocyn, el rector de la iglesia, es mencionado de manera expresa.
Para estar a la altura de dicha asamblea, estas conferencias deben de haber sido preparadas con gran cuidado, pero, para nuestra mala suerte, ni siquiera un fragmento de las mismas ha llegado hasta nosotros. Estas conferencias fueron pronunciadas en algún momento entre 1499 y 1503, época en la que la mente de Moro estaba casi totalmente ocupada con la religión y la duda acerca de su propia vocación hacia el sacerdocio.
Esta época de su vida ha dado pie a muchos malentendidos entre sus varios biógrafos. Se sabe con certeza que vivió cerca de la Cartuja de Londres, y que, a menudo, se unía a los monjes en sus ejercicios espirituales. Usó un "cilicio, el cual nunca abandonó" (Cresacre Moro), y se dedicó a una vida de oración y penitencia. Su mente osciló durante un tiempo entre el unirse a los cartujos o a los franciscanos de la estricta observancia, órdenes que observaban la vida religiosa con gran exactitud y fervor. Finalmente, aparentemente con la aprobación de Colet, abandonó la idea de hacerse sacerdote o religioso, llegando a esta decisión debido a su desconfianza acerca de su perseverancia. Erasmo, su íntimo amigo y confidente, escribe acerca de esto lo siguiente (Epp. 447):

Entretanto, se aplicó por entero a los ejercicios de piedad con vistas a y considerando el sacerdocio, por medio de vigilias, ayunos, oraciones y austeridades similares. En estas materias demostró ser más prudente que la mayoría de los candidatos, que corren imprudentemente hacia esta difícil profesión sin probar antes sus capacidades. Lo único que le impidió entregarse a este tipo de vida fue el no poder sacarse de encima el deseo de la vida matrimonial. Por consiguiente, eligió ser un casto marido en vez de un sacerdote impuro.
La última frase de este pasaje ha dado pie para que algunos escritores, especialmente a Seebohm y a lord Campbell, para explayarse acerca de la supuesta corrupción de las órdenes religiosas en aquella época, diciendo que Moro, hastiado de esta corrupción, abandonó su deseo de entrar en religión. El padre Bridgett trata este tema con considerable longitud (Life and Writtings of Sir Thomas More, pp. 23-36), pero baste con decir que esta idea ha sido ahora dejada de lado, incluso por escritores no-católicos, como lo podemos ver en W.H. Hutton:
Casa de Tomás Moro en Carey Street, Londres, frente a los Reales Tribunales de Justicia. Allí se lo conmemora con una estatua que lo representa.

Es absurdo afirmar que Moro estaba hastiado de la corrupción monacal, y que 'consideraba a los monjes como una desgracia para la Iglesia'. Él fue durante toda su vida amigo cercano de las órdenes religiosas, y un gran admirador del ideal monástico. Él condenaba los vicios de los individuos; dijo, como su bisnieto declara, 'en esta época los religiosos en Inglaterra se han relajado un poco en la exacta observancia y fervor de espíritu'; pero no existe señal alguna de que su decisión para no optar por la vida monacal, se debiera a una ligera desconfianza a esta forma de vida, o a una aversión hacia la teología de la Iglesia.
Moro, luego de haber decidido no entrar en la vida religiosa, se dedicó a su trabajo en la corte, consiguiendo un éxito inmediato. En 1501 fue eligió como miembro del Parlamento, pero no conocemos su distrito electoral. En el abogó y se opuso a los crecidos e injustos impuestos que exigía el rey Enrique VII a sus súbditos por medio de sus agentes Empson y Dudley, siendo este último, Portavoz de la Cámara de los Comunes. A este Parlamento Enrique le exigió un impuesto de tres-quinceavos, aproximadamente 113,000 libras, pero, gracias a las protestas de Moro, los Comunes redujeron la suma a 30,000. Algunos años más tarde, Dudley dijo a Moro que su intrepidez le pudo haber costado la cabeza, pero, se salvó gracias a no haber agredido a la persona del rey. Pero, incluso así, Enrique se enfadó tanto con él que "tramó una pequeña causa en contra de su padre, encerrándolo en la Torre, hasta que pagó cien libras de fianza" (Roper). Entretanto, Moro había hecho amistad con un tal "Maister Juan Colte, un caballero" de Newhall, Essex, cuyo hija mayor, Juana, se casó con él en 1505. Roper escribe estas líneas acerca de su opción: "si bien su mente se dirigía hacia la segunda hija, pues la consideraba más agraciada y hermosa, consideró que eso causaría un gran pesar y algo de vergüenza a la mayor, al ver que su hermana menor era preferida como esposa antes que ella, por lo que, con gran pesar, empezó a dirigir su mente hacia ella", es decir, hacia la mayor de las tres hermanas. Este matrimonio resultó ser sumamente feliz; tuvieron tres hijas, Margarita, Isabel, y Cecilia, y un hijo, Juan; pero, en 1511, Juana Moro murió, siendo casi una niña. En el epitafio que el mismo Moro compuso veinte años después, la llama "uxorcula Mori", y en una carta de Erasmo, podemos encontrar casi todos los dones que conocemos de su mansa y agraciada personalidad.
Acerca de Moro, Erasmo nos ha dejado un maravilloso retrato en su famosa carta a Ulrich von Hutten, fechada el 23 de julio de 1519 (Epp. 447). La descripción es demasiado larga para darle en su totalidad, pero algunos extractos deben ser colocados aquí.
Estatua de tomas moro.

Voy ha comenzar por lo que menos conoces, no es alto de estatura, aunque tampoco chato. Sus extremidades están formadas con tan perfecta simetría, que no deja lugar a desear otra cosa. Su cutis es blanco, su cara es un poco pálida, pero nada rubicunda, un rubor débil de color rosa aparece bajo la blancura de su piel. Su pelo es color castaño oscuro o negro parduzco. Sus ojos son de un azul grisáceo, con algunas manchas, las cuales presagian un talento singular, y que entre los ingleses es considerado atractivo, aunque el alemán generalmente prefiere el negro. Se dice que nadie está tan libre de los vicios como él. Su semblante está en armonía con su carácter, siempre expresa una amable alegría, e incluso una risa incipiente y, para hablar con franqueza, está mejor condicionado para la alegría que para la gravedad o dignidad, aunque sin caer en la tontería o en bufonadas. Su hombro derecho es un poco más alto que el izquierdo, sobre todo cuando camina. Este no es un defecto de nacimiento, sino el resultado de un hábito, como los que solemos a menudo contraer. El resto de su persona no tiene nada que ofenda. Parece haber nacido e ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra alguien sincero y según su corazón, se complace tanto en su compañía y conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si quieres un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en Moro. En asuntos humanos no hay nada de lo que él no saque algo divertido, incluso de cosas que son serias. Si conversa con los sabios y juiciosos, se deleita en su talento, si con el ignorante y tonto, se deleita de su estupidez. Ni siquiera se ofende con los bromistas profesionales. Con una destreza maravillosa se acomoda a cada situación. Incluso con su propia esposa, como regla hablando con mujeres, habla con muchos chistes y bromas. Nadie es menos llevado por las opiniones de la muchedumbre, sin embargo, se aleja menos que nadie del sentido común. (véase Life, escrita por el padre Bridgett, pág., 56-60, para leer toda la carta).
Moro se casó nuevamente poco después la muerte de su primera esposa, optando esta vez por Alicia Middleton, una viuda. Ella era mayor que él por siete años, un alma buena, algo simple, sin belleza y educación; pero una buena ama de casa y se consagró al cuidado de los niños. En general, este matrimonio parece haber sido bastante satisfactorio, aunque la señora Moro normalmente no entendía los chistes de su marido.
La fama de Moro como abogado era, en esta época, muy grande. En 1510 fue nombrado alguacil menor de Londres, y cuatro años después, el cardenal Wolsey lo escogió para realizar una embajada a Flandes, para velar por los intereses de los comerciantes ingleses. Por este motivo, en 1515, estuvo fuera de Inglaterra durante más de seis meses. Durante este periodo realizó el primer boceto de su Utopía, obra famosa que fue publicada al año siguiente. Tanto el rey como Wolsey estaban deseosos por afianzar los servicios de Moro en la Corte. En 1516 se le concedió una pensión vitalicia de 100 libras, al año siguiente fue miembro de la embajada a Calais, y, más o menos por esa fecha, se convirtió en miembro del Consejo secreto. En 1519 renunció a su cargo de alguacil menor y se dedicó por completo a la Corte. En junio de 1520 ya pertenecía al séquito de Enrique en el "Campo de la Tela de Oro", en 1521 fue investido como caballero y el rey lo nombró tesorero subalterno. Cuando, al año siguiente, el emperador Carlos V visitó Londres, Moro fue elegido para darle unas palabras de bienvenida en latín; recibió tierras en Oxford y tres años después en Kent, siendo esto una prueba del gran favor que Enrique le tenía. En 1523 por recomendación de Wolsey, fue elegido Portavoz de la Cámara de los Comunes; en 1525 fue nombrado Administrador Mayor de la Universidad de Cambridge; y ese mismo año fue nombrado Canciller del Ducado de Lancaster, además de los cargos que ya tenía y ejercía. En 1523 Moro compró un trozo de tierra en Chelsea, en donde se construyó una mansión, aproximadamente a unos noventa metros del banco norte del Támesis, con un gran jardín que iba a lo largo del río. En ocasiones el rey se aparecía a cenar en esta casa sin ser esperado, o caminaba por el jardín rodeando con su brazo el cuello de Moro, disfrutando de su conversación. Pero Moro no se hacía ilusiones acerca del favor real del cual disfrutaba. "Si con mi cabeza consigue un castillo en Francia" -le dijo en 1525 a Roper, su yerno- "lo haría". En esta época la controversia luterana se había extendido a lo largo de Europa y, con algo de desgano, Moro se vio arrastrado en él. Sus escritos en defensa de la fe son mencionados en la lista de sus trabajos que damos a continuación, por lo que baste con decir que, si bien escribe con bastante más refinamiento que la mayoría de los escritores apologéticos de la época, en ellos hay cierto sabor desagradable para los lectores modernos. Al principio escribió en latín, pero cuando los libros de Tindal y otros reformadores ingleses empezaron a ser leídos por gente de todas las clases, adoptó el inglés como más útil a sus propósitos, haciéndolo así, dio no poca ayuda al desarrollo de la prosa inglesa.
En octubre de 1529, Moro sucedió a Wolsey como Canciller de Inglaterra, un cargo que nunca antes había sido ejercido por un seglar. En materias políticas no continuó con la línea de Wolsey, y su tenencia de la cancillería fue memorable por su justicia sin igual. Su diligencia era tal, que el suministro de causas quedaba realmente exhausto, hecho conmemorado en la famosa rima,
When More some time had Chancellor been No more suits did remain. The like will never more be seen, Till More be there again.
(Cuando Moro por un tiempo fue Canciller No quedaron juicios pendientes. Algo así jamás será visto otra vez, hasta que Moro esté nuevamente ahí).
Como canciller, su deber era velar por el cumplimiento de las leyes en contra de los herejes y por ello, se granjeó los ataques de escritores protestantes, tanto de su época como de tiempos posteriores. No hay necesidad de tratar este punto aquí, pero la actitud de Moro es clara. Él estuvo de acuerdo con los principios de las leyes en contra de los herejes, y no tenía dudas en hacer que se cumplieran. Como él mismo escribió en su "Apología" (cap. 49), eran los vicios de los herejes lo que él odiaba, y no a ellos como persona; y nunca llegó a extremos, antes de haber hecho todos los esfuerzos para lograr que fueran llevados ante él, para que se retractasen. Su éxito en esta empresa queda demostrado por el hecho de que sólo cuatro personas fueron multadas por herejía durante todo el tiempo en el que ejerció su cargo. La primera aparición pública de Moro como canciller fue en la apertura del nuevo Parlamento, en noviembre de 1529. Los relatos del discurso que pronunció en esta ocasión varían considerablemente, pero lo que sí queda bastante claro, es que él no tenía conocimiento alguno acerca de la serie de continuas intromisiones que este Parlamento haría en la Iglesia. Unos meses después, se dio la proclama real decretando que el clero debía reconocer a Enrique como "Cabeza Suprema" de la Iglesia "hasta donde la ley de Dios lo permitiera". Según el testimonio de Chapuy, Moro renunció a la cancillería en ese mismo instante, pero esta no fue aceptada.
Su firme oposición a los planes de Enrique con respecto al divorcio, a la supremacía pontificia, y a las leyes en contra de los herejes, le hicieron perder con rapidez el favor real, y, en mayo de 1532, renunció a su cargo de Lord Canciller, después de ejercerlo durante menos de tres años. Esto significaba la pérdida de todos sus ingresos, salvo las 100 libras por año, las rentas por alguna propiedad que había comprado; pero él, con alegre indiferencia, redujo su estilo de vida para que esté de acuerdo a sus ingresos. El epitafio que escribió durante esta época para la tumba en la iglesia de Chelsea, dice que él pensaba consagrar los últimos años de su vida a prepararse para la otra vida.
Durante los siguientes dieciocho meses, Moro vivió aislado, dedicando bastante tiempo a los escritos apologéticos. Ansioso por evitar una ruptura pública con Enrique, guardó su distancia en la coronación de Ana Bolena, y cuando en 1533, Guillermo Rastell, su sobrino, escribió un folleto apoyando al Papa, el cual le fue atribuido a Moro, éste escribió a una carta a Cromwell, en la que negaba su participación y declaraba que conocía bastante bien sus obligaciones para con su rey, como para criticar sus políticas. Esta neutralidad, sin embargo, no satisfizo a Enrique, y el nombre de Moro fue incluido en el Decreto de Condenación enviado a los lords, contra la Doncella de Kent y sus amigos. Moro fue llevado ante cuatro miembros del Consejo, y se le preguntó el por qué de su negativa para aprobar la acción en contra del Papa de Enrique. Él contestó que ya había explicado esto al rey personalmente, y sin incurrir en su disgusto. Luego de un tiempo, en vistas a la gran popularidad de Moro, Enrique consideró que era conveniente borrar su nombre del Decreto de Condenación. Este hecho le mostró lo que podía suceder, pero, el Duque de Norfolk le advirtió personalmente del grave peligro en el que se encontraba, agregando: "indignatio principis mors est". "Si eso es todo, mi lord" -contestó Moro- "entonces, de buena fe, entre su gracia y yo, hay sólo una diferencia, que yo moriré hoy, y usted mañana". En marzo de 1534, el Acta de Sucesión fue aprobado, la cual obligaba a todos a hacer un juramento reconociendo a la prole de Enrique y Ana como herederos legítimos al trono, y además, incluía una cláusula en la que se repudiaba "cualquier autoridad extranjera, sea príncipe o potestad". El 14 de abril, Moro fue convocado por Lambeth, para que realizara su juramento y, al negarse, fue dado en custodia al Abad de Westminster. Cuatro días después, fue llevado a la Torre, y en noviembre fue condenado a prisión, acusado de traición. Las tierras que la corona le había entregado en 1523 y 1525 pasaron nuevamente a ser propiedad de la misma. En prisión padeció bastante por "su ya antigua enfermedad del pecho. por la grava, las piedras, y por las restricciones", pero su alegría habitual permanecía, y bromeaba con su familia y amigos siempre que le permitían verlos, mostrándose tan alegre como cuando estaba en Chelsea. Cuando estaba solo, pasaba el tiempo rezando y haciendo penitencia; escribió el "Diálogo sobre la consolación en la tribulación", tratado (inconcluso) sobre la Pasión de Cristo, y muchas cartas a su familia y a otros. En abril y mayo de 1535, Cromwell lo visitó para pedirle su opinión sobre los nuevos estatutos que le conferían a Enrique el título de Cabeza Suprema de la Iglesia. Moro se negó a dar cualquier respuesta más allá de declararse un súbdito fiel del rey. En junio, Rich, el procurador general, tuvo una conversación con Moro, y cuando presentó su informe de la misma, declaró que Moro había negado el poder del Parlamento para conferir la supremacía eclesiástica a Enrique. Fue en esta época en que se descubrió que Moro y Fisher, el Obispo de Rochester, habían intercambiado cartas mientras éste estaba en prisión, dando como resultado el que se le privara de todos los libros y materiales de escritura, pero él escribió a su esposa y a Margarita, su hija preferida, en trozos de papel desechados, con un palo carbonizado o pedazo de carbón.
El 1 de julio, Moro fue acusado de alta traición en Westminster Hall, ante una comisión especial conformada por veinte personas. Moro negó los cargos de la acusación, los cuales eran enormemente extensos, y denunció a Rich, el procurador general y principal testigo, de perjuro. El jurado lo declaró culpable y lo sentenció a ser colgado en Tyburn, pero, después de algunos días, Enrique cambió la sentencia, decretando que muera decapitado en Tower Hill. El relato de sus últimos días en la tierra, tal como lo narran Roper y Cresacre Moro, son de una gran belleza y ternura, y debe de ser leído en su totalidad; ciertamente, ningún mártir lo superó en fortaleza. Tal como Addison escribió en The Spectator (No. 349) "su inocente alegría, la cual siempre ha sobresalido durante su vida, no lo desamparó ni el último minuto. su muerte fue tal cual fue su vida.
No hubo nada nuevo, forzado ni afectado. Él no veía su decapitación como una circunstancia que debía producirle algún cambio en su disposición fundamental". La ejecución tuvo lugar en Tower Hill "antes de las nueve en punto" del día 6 de julio, su cuerpo fue enterrado la iglesia de San Pedro ad vincula. Su cabeza, luego de ser sancochada, fue expuesta en el Puente de Londres durante un mes, hasta que Margarita Roper sobornó al encargado de tirarlo al río, para que se la entregara a ella. El último destino de esta reliquia es incierto, pero, en 1824, una caja de plomo fue hallada en la cripta de los Roper, en San Dunstan, Canterbury, la cual, al ser abierta, contenía una cabeza, la cual, se presume, pertenece a Moro. Los padres jesuitas en Stonyhurst, poseen una importante colección de pequeñas reliquias, la mayoría de ellas pertenecían al padre Tomás Moro S.J. (m. 1795), último heredero masculino del mártir. Éstos incluyen su sombrero, su birrete, su crucifijo de oro, un sello de plata, "George", y otros artículos. Su camisa de penitencia, la cual usó durante muchos años y envió a Margarita Roper el día antes de su martirio, es conservada por los canónigos agustinos de la Abadía de Leigh, en Devonshire, a quienes les fue confiada por Margarita Clements, la hija adoptiva de Tomás Moro. Varias cartas autógrafas se encuentran en el Museo británico. También existen varios retratos, siendo el mejor, el que realizó Holbein, el cual se encuentra entre las posesiones de E. Huth, Esq. Holbein también pintó a una gran cantidad de los miembros de su familia, pero este cuadro ha desaparecido, aunque el boceto original está en el Museo de Basilea, y una copia del siglo decimosexto se encuentra en propiedad de Lord St. Oswald. Tomás Moro fue beatificado por el Papa León XIII, en un Decreto emitido el 29 de diciembre de 1886. [Nota: En 1935, fue canonizado por el Papa Pío XI].
SUS ESCRITOS
Moro fue un agudo escritor y no poco de sus trabajos permanecieron manuscritos hasta unos años después de su muerte, mientras que otros se han perdido. De todos sus escritos, el más famoso es, sin duda alguna, Utopía, publicada por primera vez en Lovaina, en 1516. Esta obra narra los viajes ficticios de un tal Raphael Hythlodaye, un personaje mítico que, en el curso de un viaje a América, fue dejado en Cabo de Frío, y estuvo vagando hasta que, por casualidad, llegó a la Isla llamada Utopía ("ningún lugar") en la que encontró una sociedad ideal. Esta obra es un ejercicio de su imaginación, mezclado con una brillante sátira sobre el mundo en el que vivía. Algunos personajes reales, tales como Pedro Giles, el cardenal Morton, y el mismo Moro, toman parte en algunos diálogos con Hythlodaye, dándole así un aire realista, el cual, deja al lector confundido para determinar dónde acaba lo real y comienza lo ficticio, algo que ha llevado a no pocos a no tomar este libro en serio. Pero, esto es precisamente lo que Moro había planeado, y no queda duda de que él habría estado encantado al haber entrampado a Guillermo Morris, quien descubrió en esta obra todo un evangelio de socialismo; o al cardenal Zigliara, quien lo denunció como "no menos tonto que impío"; tal como debió de haber sucedido con sus contemporáneos, que se propusieron contratar una nave y mandar a misioneros a esta inexistente isla. El libro fue varias veces editado en su versión latina original y, al cabo de unos años, fue traducida al alemán, italiano, francés, holandés, español, e inglés.
Una edición reunida de sus trabajos en ingles fue publicada por Guillermo Rastell, su sobrino, en Londres, en 1557; nunca se ha reimpreso y ahora es un ejemplar poco común y costoso. La primera edición de la colección de sus trabajos en latín apareció en Basilea, en 1563; una colección más completa fue publicada en Lovaina en 1565, y nuevamente en 1566. En 1689 la edición más completa fue publicada en Frankfurt del Main, y en Leipzig. Después de Utopía estos son sus obras más importantes:
"Luciani Dialogi. compluria opuscula. ab Erasmo Roterodamo et Thoma Moro interpretibus optimis en el Latinorum lingua traducta." (París, 1506);


    la Escolastica.


La Escolastica es un método especulativo filosófico-teológico desarrollado, difundido y cultivado en las escuelas de la Europa del Medievo desde el Imperio carolingio al Renacimiento. Las escuelas filosóficas que albergaron este pensamiento se localizaron en catedrales y conventos para, más adelante y en especial durante el siglo XIII, pasar a las universidades.


En una definición más extensa, se conoce como Escolástica al movimiento doctrinal que, sin emplear el movimiento racional-conceptual que se enseñaba en las escuelas, se mueve en el mismo entorno y contexto. Buen ejemplo de esto sería la mística así como buena parte de la filosofía musulmana y judía que, a lo largo del período señalado, entró en contacto con la filosofía de la Escolástica propiamente dicha.
 El movimiento escolástico se manifestaba a través de dos vertientes: la enseñanza y las formas literarias. La base de la enseñanza en las escuelas fueron las artes liberales, divididas en el trivium -gramática, dialéctica y retórica- y el quadrivium -aritmética, geometría, música y astrología.

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Los programas donde se enseñaban estas materias gozaban de flexibilidad y, bajo el nombre de dialéctica se enseñaba lógica, práctica y, en general, toda la materia filosófica y, en la retórica, se incluía también la ética, de acuerdo con la tradición grecolatina respecto a la teoría porque, respecto al contenido, hundía sus raíces en la Patrística. Las formas literarias surgieron progresivamente al socaire de la aplicación de esta enseñanza. De la lectio salieron los comentarios y, de los comentarios -al Lombardo, a Boecio, al Pseudo Dionisio y, sobre todo a Aristóteles- nacieron las sumas cuando los maestros, desembarazándose de esa fuerte dependencia con los libros de texto -Libros de Sentencias- desarrollaron el corpus doctrinal de una forma libre pero en un orden más sistemático. De la disputatio, técnica consistente en enfrentar postulados y sus inconvenientes para llegar a una solución final, constituyendo el molde de las sumas medievales, por su parte, nacerían las cuestiones que a su vez se subdividen en Cuestiones disputatae y las Quaestiones quodlibertate.

 


Averroes fue una de las principales figuras de la cultura andalusí

El espíritu y la mentalidad que

sigue la Escolástica puede dividirse

en dos aspectos: auctoritas y ratio.

 Las autoridades eran sentencias

extraídas de la Biblia, de la Patrística y de

 los concilios. En filosofía Aristóteles

era el filósofo por excelencia

 y Averroes el commentator.

La ratio, finalmente, se encargaría

 de poner en análisis lo recibido por

la tradición procurando conciliar

las contradicciones que de hecho surgían,

 especialmente entre San Agustín y

Aristóteles.

Averroes fue una de las principales figuras de la cultura andalusía


DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA ESCOLÁSTICA
 La filosofía escolástica se divide en tres períodos: formación, del siglo IX al XII; apogeo, durante todo el siglo XIII y, finalmente, un período de transición a la filosofía moderna. El apogeo de la Escolástica se debió en buena medida a la labor de la Escuela de Traductores de Toledo que difundió las obras de Aristóteles a través de las traducciones al árabe y al latín. Pese al recelo inicial con el que fueron acogidas, terminarían por integrarse plenamente en el conjunto de dicho sistema filosófico


Busto de Aristóteles
Busto de Aristóteles

Las universidades y órdenes mendicantes tuvieron, también, un papel destacado en esta labor difusora. Las universidades, por la importancia otorgada a la filosofía y a la teología como cuerpo central de los programas de estudio y, en el caso de los religiosos, por el afán de ahondar en estas dos disciplinas en busca de alcanzar la plenitud del sentido al voto de pobreza. No en vano los principales escolásticos serán dominicos o franciscanos, como es el caso de San Buenaventura.

 Los tres períodos en los que se divide la filosofía escolástica tendrán como núcleo la discusión -disputatio- y de las sumas Dios y la relación dialéctica entre razón y fe, concibiéndose la filosofía de manera abrumadoramente mayoritaria como un método de profundización en la fe. Respecto a estos grandes temas surgen tres posturas: los dialécticos, que creen que la fe ha de ser demostrada y analizada por la razón. En esta corriente tendremos a Juan Escoto y Berengario de Tours como autores más destacados.
 Otra corriente la conformarán los antidialécticos. Sostenían que la única fuente de sabiduría era la fe y que la postura dialéctica era un mero reflejo de la sobre valoración de la capacidad de la razón humana.
En tercer lugar, había una posición intermedia sería sostenida, de modo precoz, en el siglo XI por Gerberto de Aurillac y serí la línea continuada por Santo Tomás a lo largo del siglo XIII. Sostenían los partidarios de la posición intermedia que razón y fe son facultades distintas pero que ambas están llamadas a confluir en la Verdad. Como ambas facultades son obra de Dios, si los planteamientos de la razón humana eran correctos, no podían diferir de aquellos que procedían de la fe. De este modo, filosofía y teología son disciplinas complementarias. La filosofía ayuda a la teología demostrando que los misterios de la fe serían comprensibles y explicables por la razón. La teología, por su parte, aportaría conceptos filosóficos nuevos como el de la Creación o la dignidad del ser humano en el orden moral. De acuerdo con esto, las verdades reveladas no serían irracionales sino suprarracionales.




crisis
La Escolástica entra en crisis a partir del siglo XIV cuando se pone en duda el pilar central que daba sustento a todo el sistema y unificaba de común acuerdo a las distintas tendencias existentes en su seno. La síntesis realizada por Santo Tomás parecía perder fuerza y vigencia, pues si nadie, hasta entonces salvo los averroístas, negaba la complementariedad de razón y fe, comenzaba a sostenerse que la razón poseía límites y que estos eran considerablemente más estrechos que los de lo que cabía pensar entonces.
Escoto señalará que la definición tomista a posteriori, esto es, del efecto a la causa, no es realmente demostrativa y muchas verdades pueden quedar fuera del alcance con semejantes planteamientos. El número de proposiciones teológicas indemostrables, siendo esto así, iría desde los Diez mandamientos hasta la misma existencia de Dios. La teología dejaría de ser una ciencia al verse incapaz de resolver cuestiones fundamentales. Pasando a ser un conjunto de saberes prácticos que, aunque no poseyeran carácter científico, conducirían a la persona a la salvación de su alma.
Los caminos de la teología y la filosofía comienzan entonces a separarse progresivamente, no tanto por un desprecio por lo teológico sino, más bien al contrario, por un respeto reverencial a todo lo que tuviera que ver con este ámbito. Se pretende segregar la teología de las demás disciplinas por el valor supremo otorgado a la fe, pues esta disciplina podía quedar contaminada por otro saber de raíces precristianas como era la filosofía. Mientras los teólogos desechan el racionalismo por una completa inclinación hacia lo revelado, los filósofos volcarán su atención en la ciencia y la naturaleza, tendencia que se mantendrá y reforzará durante la siguiente centuria, hasta desembocar en la revolución intelectual que dará lugar al Renacimiento y, dentro del contexto de esta nueva etapa, a la Reforma de la Iglesia.
La escolástica es el movimiento teológico y filosófico que intentó utilizar la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación religiosa del cristianismo.
 
La escolástica es el movimiento teológico y filosófico que intentó utilizar la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación religiosa del cristianismo.
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 

 


 

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